No tuvo oportunidad de esquivar el escupitajo, en un abrir y cerrar de ojos cayó en la humanidad de Misael que iba por el camino, apurado, sin percatarse de nada y eso mismo hizo que no pudiera hacerse a un lado, cuando la bola de saliva amarillenta y sucia, salió con enorme fuerza y velocidad de la boca de Gustavo, bola sucia que formando una especie de arco alargado pegó con sorprendente precisión, sonando a hueco, en la camisa blanca y limpita de Misael, que parado en seco de su paso rápido, fue despertado en su furia y ahí mismito, al compas del chiste que le hacían los hombres que alcanzó a ver con el rabillo de ojo, arrimados al cerco de púas, se abalanzó con toda su cara descompuesta, sobre el hijueputa que lo escupía. Levantando su corvo afilado, que en ese momento mas parecía guadaña, arremetió encachimbado; sin ton ni son, de tal manera que zumbaban los filazos en el aire, haciendo un sonido fino e hiriente, en claro clamor a la sangre; pero era por gusto: Estaba cegado por la furia y no atinaba donde daba con aquel corvo, que a duras penas probó un poco de sangre del antebrazo izquierdo de Gustavo; quien en ese momento se vio sorprendido, agredido y herido.
Gustavo tampoco tuvo oportunidad de detener el escupitajo; él iba camino a casa, despacio como gozando del paseo y como de costumbre, quiso escupir, para eso ejercitó sus músculos de tal manera que la escupida cayera lejos, como a él le gustaba, a la vera del camino, pues a saber porque razón, pero sentía cierto placer; que quizás estaba vinculado a la virilidad que sentía al saberse con fuerzas, con dominio, con poder; hasta ensimismado quedaba viendo como surcaba el aire su gran y perfecta escupida, por eso no se dio cuenta que venía Misael a todo dar, cabalito a ponerle el pecho a aquella sustancia que de sucia estaba viscosa a pesar de la rapidez de lo sucedido, a Gustavo, le pareció que Misael, bloqueó el salivazo a cámara lenta; metiéndole el hombro, que estaba cubierto por la blancura de la camisa.
Gustavo, frente a aquella embestida de toro desbocado de Misael, a como pudo se ajustó a la exigencia y esquivó mas mal que bien los filazos, y con mas suerte que otra cosa, pues con su susto y con la fuerza con que iban era desgarradora, no se podía esperar otra cosa; solo el encachimbamiento total desafinaba el pulso de Misael que no acertaba para nada en el aterrorizado Gustavo. Un machetazo rasgó a Gustavo y salió la sangre, sin timidez, violenta, roja y caliente. Gustavo se asustó y se encendió; al ver regada con su sangre aquella polvareda, y en una vuelta digna de volatín, empujó a Misael que trastrabillando cayó de bruces soltando en la caída el corvo con que atacaba; quedó a merced de Gustavo; quien solo atinó a ponerle el zapato en la nuca, lo más fuerte que pudo, dejándolo jadeante, polvoso, ensangrentado, quieto y sudoroso.
Misael quedó humillado; la rabia que Misael sentía era natural en él, ya que desde su alistamiento en el ejército y su paso por el batallón elite en el que combatió había convivido con una sucesión a veces interminable de sentimientos iguales, sobre todo cuando en los combates, debían sacar heridos y salir a prisa de aquellos lugares donde los terengos se hacían fuertes, en esos momentos se apoderaba de Misael unas ganas de vaciar su fusil indiscriminadamente sobre cualquiera que se le cruzara enfrente¸ así a veces se había desquitado su compañía maltratando a los civiles, a los que les metían presión acusándolos de colaboradores de los comunistas; se acordaba del oficial al mando que se divertía azuzándolos para que se desquitaran, de las correrías en aquellos cerros, donde a veces ganaban y a veces perdían.
A Misael, al igual que a los demás soldados, les aterraba los campos minados que ponían los guerrilleros que según ellos eran unos cobardes que solo a traición operaban, se pusieran frente a frente otra cosa sería decían los soldados, que se sentían impotentes ante el enemigo oculto que de pronto saltaba para hacerlos pedazos, era terrible y casi lloraban cuando evacuaban a un soldado que caía en una mina; ver sus gestos, asimilar su dolor, tocar su sangre, escuchar sus alaridos de dolor, los hacia salvajes, prestos buscar venganza con el primero que encontraran y sin preguntar mucho. Para tener ganas y valor había que hacer de tripas corazón y se ayudaba Misael con prepotencia, soberbia, desprecio y balas. A más balas tiraba, mas valiente se sentía; se sentía seguro Misael cuando aplicaba las artes aprendidas, y contaba mil anécdotas sobre los campamentos de terengos destrozados, guerrilleros abatidos, Misael era un patriota y así se sentía; por eso exigía respeto, era un veterano, de los que habían ayudado a salvar a la patria de las garras comunistas. ¡¡¡ahh días aquellos¡¡¡ entonces si valíamos pensaba, entonces si mandábamos se decía en su fuero interno, pero estos civiles chucos, analizaba, todo joden, ya será el día que regresemos los militares, que si sabemos poner orden.
Las experiencias de la guerra habían convertido a Misael en un hombre duro, fuerte; sus años en la milicia le habían hecho gallito chinguero; no podía ser de otra manera si los cursos de sobrevivencia que recibió eran de verdad cursos de sobrevivencia; Misael no se arrugaba ante nada ni ante nadie, para eso había ido a la guerra; ahí mismito donde asustan y había hecho cosas, muchas cosas, de las que no hablaba, sino cuando estaba tragueado. Entonces lloraba a moco tendido, los fantasmas se le aparecían. Por lo demás era un campesino común: hacía la milpa, era picaflor, montaba en su caballo viejo, contaba historias, bailaba al son de los corridos norteños, comía frijoles sancochados con cuajada y cazaba garrobos, para comer su esencia.
Su honor, le impedía aceptar un insulto, o hacer algo malo conforme su propio código, no molestaba para que no lo molestaran, hablaba poco, y cuando hablaba, hablaba bien, de la milicia le quedo el gusto por tener un cuerpo atlético y una pulcra manera de vestir; tenía ya cuarenta y cinco años, pero no se le notaban; sus dotes de líder, sobresalían a la hora de los partidos de futbol, donde agarraban el mando y ordenaba los partidos como si fuera una maniobra militar; Misael vivía bien y a su modo y manera era feliz. Así pensaba Misael, y era estricto y disciplinado e esa forma de pensar, así manejaba a su familia, con régimen casi militar, en completo orden y con disciplina y así iba poco a poco prosperando.
Por su formación, por su vida, por su estilo eso que había hecho Gustavo, era imperdonable, ese civilucho desordenado, mal educado se las pagaría, se sentía amparado por la razón; era imposible dejar pasar esa ofensa; pues su honor había sido puesto en entredicho.
El escupitajo, que originó aquella disputa, no iba dirigido a la humanidad de Misael; Gustavo, no tenía ninguna mala intención. Solo que la costumbre pudo mas en Gustavo y como siempre lanzó la escupida a un lado de la calle, con tan mala suerte que esa vez, por acción de la fuerza del impulso y de la brisa fue a dar de lleno en Misael.
Misael no entendió porque Gustavo lo escupió, quizás la tenía contra él porque un día antes se había cuantiado a la cipota de Gustavo. Y el ver mancillado su honor; no esperó mas y se dispuso a castigar al impertinente, sin preguntar nada. La sangre le hervía, el machete habló por él y atacó a Gustavo, quien sorprendido, se defendió como pudo, hasta que Misael cayó al suelo y quedó indefenso.
Apoyados en el cerco de púas estaban platicando, tres campesinos que al ver como le cayó la escupida a Misael, se pusieron a reír, a carcajada limpia; eso provocó que Misael se encachimbara más, y se reían aún más cuando vieron levantarse a Misael del suelo, con toda su humanidad golpeada, sudoroso y sucio; hoy si te jodieron, le dijeron los tres campesinos, este Gustavo si que te la hizo le decían. Misael no contestó, agarró su sombrero, se sacudió el trasero, se metió el machete bajo el sobaco y se regresó por donde venía: camino a su casa a limpiarse. Su corazón latía, el sentimiento de rabia e impotencia; le hacían pensar en la dulce venganza.
Gustavo en cambio, a pesar de sus cuarenta años, nunca fue al ejército, por suerte nunca lo reclutaron, y los guerrilleros no se cruzaron por ahí en toda la guerra; así que no sabía lo que era un combate, no sabía lo que era arriesgar el pellejo, como otros; nadie le había enseñado nada, su único maestro había sido su papá que a fuerza de chilillazos le había enseñado a cultivar la tierra, mamá no tenía, pues se había ido a la ciudad cuando el era chiquitito y nunca mas se volvió a saber de ella, era un campesino cuarenton y soltero, analfabeta de modales rústicos que trabajaba de sol a sol, no era sociable, su vestimenta era descuidada, su sombrero sucio y viejo, mas útil para el basurero que para la cabeza; Gustavo en realidad era apacible, no se metía con nadie; y nadie se metía con él, pues su fama de fuerte era bien dada, todo mundo recordaba cuando dobló un enorme torete a puros músculos, dejó al torete tirado en el suelo; después de asfixiarlo doblándole el pescuezo. Eso no era extraño porque se ejercitaba día a día con las cargas de leña que rajaba en el patio de su casa, leña que vendía para hacer un par de pesos como decía.
Los modales de Gustavo no eran finos, y la costumbre de escupir, la tenía desde pequeño, la había aprendido viendo a su papá. Eso si; aparte de eso Gustavo era respetuoso, nadie podría pensar que el escupitajo a Misael, fue por hacerlo. Eso fue accidente; mala suerte.
Por eso fue que Gustavo una vez que Misael cayó rendido al suelo, no lo golpeó ni le hizo nada mas que aplicarle la fuerza necesaria para inmovilizarlo; y una vez que Misael se quedó quieto, le dejó ahí; no le ayudó a levantarse, pero tampoco la emprendió contra él: simplemente lo dejó ahí, tirado; a la visita del público que poco a poco se había acercado a ver la rara pelea, en la cual Misael se iba con todo y Gustavo, solo se quitaba los machetazos, ya saltando, ya agachándose, barriéndose en el suelo, o poniéndose tras un árbol para lograr protegerse.
De todas maneras Gustavo comenzaba a encolerizarse también, pues según su parecer no había razón para recibir semejante ataque, no entendía porque había reaccionado así el Misael, pero se contuvo, haciéndole honor a su paciencia y se fue sudando de ahí, pues no fuera que el problema se agravara; así es que dejándolo en el suelo, se retiró, rápido y callado; además la noche iba entrando, y así como estaba la cosa no era conveniente estar en la calle.
- Gustavo le dio verga a Misael.- fue el cuento de todos los habitantes del cantón toda la semana.
- y quien putas lo manda a oponérsele a Gustavo.- dijo otro
-Si el Gustavo no tuvo la culpa, decían unos.-
- Huevos, de hecho le tiro la escupida, dijo un morboso
Una vecina no dejó pasar el incidente, para contar con pelos y señales como había visto cuando Misael se cuentiaba a Marinita, la cipota que desde hacía meses andaba con Gustavo, y ahí encontraron la explicación fácil a la escupida. Es que Misael solo de picaflor trabaja dijo alguien, y sostenía a renglón seguido; que había tenido que pararlo en seco, cuando andaba queriendo enamorar a la hermana. Pero cuando Misael pasaba, nadie decía nada, todos guardaban silencio, aún así Misael se daba cuenta de las habladurías y eso le ponía mas sal a la herida, le hacía crecer más las ganas de desquitarse, de hacer pagar al cabrón de Gustavo, rumiaba venganza, atizada a fuego lento por la gente, que hablaba quedito, suave, pero que empujaba a Misael a reventar.
II
Las cosechas pintaban bien, los frijolares y maizales reverdecían el ambiente y el futuro de aquellos campesinos, Gustavo particularmente rebosaba de felicidad, pues pensaba que ahora si podría vender una parte y salir de los apuros en que estaba, y se iba a casar con la Marinita, al entrar el verano; aunque algo le afligía la exigencia de la Marinita para que se acicalara un poco; pues el no estaba acostumbrado a andar de tipo, pero me va a tocar pensaba Gustavo, mientras sonreía al acordarse de los jueguitos coquetos y toqueteos que había tenido la noche anterior con Marinita.
Suerte que don Agapito, el prestamista, era su padrino, sino ya ni la tierrita tuviera; pero le había hecho la esperita, pero ahora si saldaría la deuda y hasta una chascadita de más le daría en agradecimiento, pensaba Gustavo.
Misael también tenía de que alegrarse; ahora si le había atinado pues sembró bastante, aunque tuvo que pagar peones, pero según veía iba a salir bien con todo y le quedaría para comprarse una vaca parida. Su mamá achacosa y vieja que apenas caminaba le ayudaba rezando a buena mañanita para que a Misael le fuera bien; y también rezaba por el hijo de Misael, que con siete años vivía con ellos, después que su mamá había fallecido.
La vida de aquellos campesinos, era año con año la misma: sembrar la milpa, ordeñar las vacas; sobrevivir, hacerse una casita donde vivir, comprarse un terrenito donde cultivar, la ambición de cada uno de ellos llegaba hasta eso; las demás preocupaciones eran accesorias, sobre todo ahora que no había guerra, más de alguno se iba para Estados Unidos, buscando hacer un poquito más; pero en el cantón donde vivían la mayoría, había decidido quedarse, y vivir como vivían, confiando en Dios; pues en nadie más podían confiar, en que el año siguiente o en la cosecha siguiente les iría mejor; no había mucha diferencia con la vida que habían vivido sus abuelos; la manera de ganarse la vida era lo mismo; solo que ahora costaba más, y lo sentían, por eso seguido se acordaban de su niñez; pues añoraban aquellos días felices, que en comparación con los de ahora eran días de paz y tranquilidad.
Caminaba Gustavo cuesta arriba, chiflando una canción cualquiera, rumbo a su casa; en aquella tarde que amenazaba lluvia; por eso se había ido de la milpa mas temprano, para evitar mojarse si llovía recio, llegando al cantón iba cuando comenzaba a caer una que otra pringa de agua; por eso apretaba más el paso en la idea de llegar a la casa antes que la lluvia se cerrara, saliendo de la cuesta del camino iba, cuando vio asomar a Misael que venía por el mismo camino a encontrarlo de frente. Hacía ya una semana que se habían revolcado; todavía tenía Gustavo la seña en su brazo del pellejo que los machetazos de Misael le dejaba caer, Gustavo dejó de chiflar, siguió caminando, a paso mas lento, pensativo y serio, como queriendo adivinar que haría Misael al encontrarlo, ahí en el camino, solito, sobre todo con la espinita que se sabía que tenía Misael.
Misael, que venía contento caminando cuesta abajo, no se había percatado de quien venía para arriba, llegando al cantón, cuando se percató su cuerpo se puso tenso, aminoró el paso, apretó la cacha del corvo con fuerza, y levanto la vista amenazadora, que se le ponía vidriosa, mientras apretaba los labios, como evitando que se le saliera una maldición. Ahora es cuando dijo, me desquito porque me desquito; en esas estaba; cuando la voz de una joven interfirió con sus pensamientos y le hizo volver a ver a quien le había hablado, la joven a gritos le recordó que quería cinco botellas de leche; contestándole estaba Misael mientras Gustavo paso a la par suya, callado, sin saludar, sin hablar, Gustavo; que habiéndose percatado de los gestos de Misael, apuró el paso, y aprovechó, que hablaba con la muchacha, para pasar de largo, ganando cuanta distancia podía, pues en el fondo, adivinaba, que Misael, quería problemas, y él de verdad no quería pleitos.
Misael se desconcertó pues creyó que ahí iban a toparse; no pensó que Gustavo se hubiera apurado por cobardía; ni se explicaba porque lo evitó, pero no le importaba, en otra ocasión sería.
Siguió su camino a ritmo lento recobrando poco a poco su respiración normal, pues unos segundos antes, había sufrido el impacto de sentimientos fuertes como lo era el deseo de pelear y cobrar venganza; se perdió camino abajo con sus pensamientos y deseos.
Llovió recio, el cantón durmió bajo la incesante tronadera, el agua corría y las gentes se resguardaban en sus casas, ninguna bola de cristal, podía anunciar que sería lo que el día siguiente pasaría, pues la mayoría, en lo que pensaba era en la misa de las seis de la mañana, pues era día domingo; día de Dios..
Misael no pudo más, y ojeroso como estaba por el desvelo en que lo habían sumido sus pensamientos se levantó temprano salió con el corvo bien afilado, de hoy no pasa ese cabrón se dijo, me lo acabo porque me lo acabo se repitió entre dientes, como en mis tiempos de soldado, pensó, mientras una sonrisa siniestra entre salía de su rostro desdibujado por una tristeza infinita, de la que no se daba cuenta; no va a quedar nada de ese se decía, y saliendo al camino por donde sabía que pasaría Gustavo para la misa del domingo, se quedó tras un palo de chaparro, que lo cubría. Esperó con paciencia, cuando vio que venía Gustavo, platicando con Marinita, su novia, enternecidos, dueños de su mundo, sin ver a nadie, pues estaban en lo suyo. Saltó Misael, furioso, y esa vez vio bien, los dos cuerpos cayeron rodando unos metros abajo, deteniéndose en el cerco de piedra; Marinita quedó doblada, sangrando a borbotones de su corazón, mientras que Gustavo, estaba descabezado, callado para siempre.
Se fue huyendo Misael; la venganza le había hecho perder todo. En el cantón, todo mundo decía: fue por el escupitajo, pero no fue por la escupida; fue por todo: Misael era hombre de bien, trabajador, orgulloso de su pasado, a su modo un patriota, fue la forma en que le enseñaron a resolver los conflictos que se le presentaban, la manera de concebir la vida y la justicia que aprendió en el ejército en aquella dura época de guerra, el sentido del honor, un honor despojado de su contenido y rellenado con amargura, arrogancia, prepotencia, insensibilidad, con un falso sentido de dignidad, un honor que fue mancillado por un don nadie, pues el menosprecio era también otro sentimiento que anidaba a flor de piel en Misael, y además el desprecio que sintió, al ver que Marinita prefería a Gustavo; toda esa canasta de sentimientos, hicieron que la ira fuera quien mandará en su cerebro. La cosa era simple: la humillación requería venganza; y así fue pues para eso estaba hecho, para eso estaba forjado.
El escándalo cundió en el municipio: los policías llegaron, vieron trabajaron la escena del delito, aplicaron técnicas científicas, embalaron la prueba, buscaron testigos, tomaron fotografías, el fiscal, medicina legal, todos hicieron su trabajo, profesionalmente, impecable, los periodistas llegaron; tomaron imágenes, reportearon; preguntaron a los vecinos, se deslizaron hipótesis; y en algunos medios se dijo que era crimen pasional: El cantón fue famoso ya que salió en los noticieros.
Para el fiscal estaba claro, el culpable era Misael, suficientes indicios lo señalaban; la policía lo buscó en el termino de flagrancia, pero le fue imposible encontrarlo: ¡¡Como lo encontrarían si Misael era comando.¡¡
En la casa de Misael, mientras tanto, una viejecita ciega, con bordones, lloraba en silencio… de ella nadie se acordó. A Gustavo lo enterró la gente caritativa, pues no tenía familia y marinita fue llorada a mares por sus papás que veían en ella una esperanza. Una esperanza que les fue arrebatada por Misael, que de ahí en adelante era un prófugo de la justicia.
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