De aquí: cuentos de preocupación
No lo decía, a nadie, pero estaba preocupado en extremo. Su esposa le había contado con algún detalle, y con alguna información digna de crédito, que en la apacible comunidad donde vivían se había desatado una ola de extorsiones.
El era un hombre ya cincuentón, de cabello poblado de canas, de las cuales se enorgullecía, diciendo las canas eran de sabios.
A pesar de que esa aseveración reflejaba, en el fondo una soberbia contenida y trabajada, hasta le exquisitez, lo describía un poco. Algo de sabiduría habría en él para haber poder cargar con esos cincuenta años, que si hubiesen dado megamillas, debería llegar a la edad de matusalén. Sus avatares habían sido inmensos.
Era un sabio que había sobrevivido en la panza de su madre a la guerra del futbol, contaba en segunda versión, pues la primer versión era la de su madre, como aquella campesina, había salido huyendo, de las vecindades de Honduras, perseguidas por hombres que azuzaban a los perros y se carcajeaban al ver allá a lo lejos al montón de guanacos que corrían, dejando los jirones de sus humildes vestidos en las zarzas de aquellos potreros.
Luego al nomas nacer, sobrevivió al hambre y a la miseria, en su mas pura definición: Leche materna, nada; allá de vez en cuando alguna agüita de arroz, con suerte azucarada. Sobrevivió a la guerra civil que lo encontró queriendo sembrar maíz una y otra vez, y cada vez que sembraba, el dueño de aquellas tierras, se llevaba el grano, en pago por la tierra arrendada; y el se quedaba de nuevo ahí rogando que le arrendaran la tierra, para pagar con lo que cosechara.
Fue un miliciano a carta cabal, se rifó la vida cada día y eso le gustaba, porque se sentía hombre, hecho y derecho, y porque eso lo reinvindicaba, frente al patrón, que ahora ya se andaba con más cuidado. Bueno ya ni llegaba, se sentía libre Nicolás..
Terminó la guerra, y sabio, decidió que como la paz había llegado, ahora si sembraría milpa y cosecharía maíz, que ahora si sería de él, en una manzana de tierra que le habían dado. Ahí mismo tenía su casa, y como la modernidad no es quisquisillosa llegó donde el, tenía luz, agua, y para coronar teléfono y televisor. Que más pedir.
Y así estaba apacible, tranquilo, cultivando criando a su familia, cuando sucedió eso de las extorsiones en su apacible comunidad.
Su esposa, le contó que todo mundo sabía quienes eran los extorsionistas, y que ahí mismo vivían eran unos jóvenes vagos, que alguna vez habían estado presos por mañosos, pero que no eran mareros.
Preocupado, hizo por su lado algunas indagaciones, y dejo pasar el tiempo, la verdad que no pasó mucho cuando a eso de las ocho de la noche, cayó la llamada.
El sujeto hablando fuerte y golpeado, entró con un su “somos de la mara tal, y hemos decidió que ustedes a partir de este día deben pagar la renta, para que puedan estar tranquilos por que si no la mara va a tomar medidas y ustedes ya vieron en las noticias lo que les pasa a los que no cumplen con nosotros,” y en ese estilo le pegaron una amenazada horrorifica.
Por supuesto, al escuchar la amenaza antes fantasmagórica, y ahora realidad; Nicolás, tragó grueso, hizo de tripas chorizo, respiró hondo, se acordó de su pasado en las milicias, cuando engañaba a diario a la soldadesca, y les dijo.. “pues bueno, vamos a haber si hablemos claro, mañana habló con el palabrero, y ustedes deberían ver a quien llaman, porque yo les voy a pedir a aquellos u guernazo de poca trenza, para que a ustedes los tripeen en salsa, porque no es posible, que estén haciendo esa vuelta en toda esta colonia, sin tener la vía clara y libre, así que estate pendiente”
Los extorsionistas, que no eran mareros, pero se hacían pasar por tales, al escuchar esa jerigonza inventada, por supuesto, colgaron sin terminar de oírlo.
Nunca volvieron a llamar para extorsionarlo. Los delincuentes no mareros extorsionistas, desaparecieron, no fuera ser que los mareros de verdad llegaran y los tripearan en salsa, no sabían que era eso, pero sonaba feo.
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