Serpiente que se arrastra
Cuando antes el color del cobre brilló sin tregua,
acrecentadas tambien en los abismos
de la palabra que no tiene motivo,
surgió la voz de los proscritos, los sin nombre,
como una caravana de señales
que dejan rastros sangrantes a su paso
y sostienen en sus linderos una blasfemia
de la vida que se acurruca y amenaza;
vinieron después espectadores de la vida
a pretender dar su cátedra de sueños
y pregonaron su dominio entre las sombras,
entre el ronco aullido del asfalto,
en la voraz hoguera de la ausencia.
No saben que el temblor entre las manos, ese grito
de una primavera que agoniza,
tiene la suerte que su tinta crezca altiva
y siempre atenta a los símbolos del tiempo.
No sabe que hay serpientes que arrastran su hidalgía
por un designio divino que establece
la pupila perdida entre paredes.
Colaboración del poeta Ricardo Gálvez
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