Las tareas de los colaboradores eran variadísimas y además, sofisticadas. Miguel era uno de ellos; igual que los demás: campesino pobre semianalfabetos, sobreviniendo de la agricultura, junto a su madre en aquellos parajes rurales, que en realidad eran recónditos, pero que a nosotros nos parecían ciudades: podías tener luz aunque sea de candil, veías una hornilla con el fuego rebosante, podías reírte y hablar abiertamente sin el consabido SHHHHHHH porque elevabas la voz en aquel cafetal.
Aquel día le di cien colones para que fuera a la ciudad a comprar algunas cosas que necesitaba: un par de botas para un compa recién subido al monte, un pantalón, y otras cosas mas.
No tuve la previsión de darle para el pasaje, ni miguel de pedírmelo, y se fue a la ciudad con el billete de a cien.
Yo partí hacia otro cantón a otras vainas de la revolución, diciéndole que regresaría por la tarde.
Ese mismo día regresé ya entrando la noche. Y ahí estaba miguel, con su familia, y me entregó las compras.
Aparentemente, era una simple compra sin peligro alguno, pero no crean ustedes amigos míos, Miguel debió pasar retenes de soldados, y justificar aquel par de botas, que además no usan los campesinos, pero Miguel colaborador viejo y avezado, sabia como manejarse, debió pasar con el paquete de cigarros, con los Cotex, con el jabón y esas cosas que normalmente un campesino no compraba.
Pero Miguel paso los retenes, evadió otros, y cumplió la delicada misión, porque su descubrimiento podía desencadenar en enormes problemas para la gente colaboradora y para nosotros mismos. Ya que nuestra sección de logística eran ellos.
Pero bien, me entrega Migue las cosas y me dice.
- Y tiene que darle las gracias al policía, porque sino no le traigo nada.
- Y eso- le pregunté un poco amoscado.
- Es que fíjese compa- me dice con una sonrisa rebosante- , que como yo no llevaba monedas ni billetes de a colon, para el pasaje y el billete que usted me dio era el único que llevaba, me toco pagarle al cobrador con el billete y va a creer que me dijo que me iba a dar el vuelto después, pero cuando me iba a bajar y se lo pedí, me dijo que no me debía nada y que dejara de joder.
- Puchica- le dije - le regué con no darle dinero para el pasaje ¿pero y entonces que pasó?.
- Ahh, yo me afligí, porque fíjese, no le iba a traer nada, entonces en mi aflicción, alcancé a ver un policía nacional y fui donde él y le dije que el cobrador no me quería dar el vuelto de a cien, entonces el policía topó al cobrador, le dio un par de pechadas, y este tuvo que devolverme el vuelto dinero.
- Puya pues, le ayudò el policía entonces le dije- mientras me acomodaba el fusil, entre las piernas y daba un sorbo a la tasa de café, que tenia a la par.
- Puesì- me dice Miguel- ese policía si se puso las pilas, solo me dijo que otra vez llevara dinero suelto para el pasaje- y yo pensaba- me sigue diciendo Miguel- si supiera que el pisto es de los compas.
Bueno le dije, aquella vez, a Miguel, hagámosle caso al Policía y otra vez si yo no me acuerdo, acuérdeme a usted, porque está jodido andar apoyándonos en la Policía para estas cosas le dije, mientras nos reíamos a carcajada limpia, pensando en aquel policía que sin saberlo, nos echo la manos en la logística del frente. En nuestras andanzas por aquel lugar, cuando visitábamos la casa de Miguel, siempre nos acordábamos de aquel policía, que una vez en su vida, hizo lo que tenia que hacer: salvaguardar los intereses del pueblo
lunes, 8 de diciembre de 2008
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