El Sargento servidor y la belleza femenina
Es el verano de 1991 María y Manuel son misionados a colocar una emboscada al enemigo en la carretera que de Santa Ana conduce a Chalchuapa.
Las minas que se utilizarían para colocar la emboscada había que trasladarlas desde una finca en las cercanías del Municipio de El Congo.
Comenzó el traslado metiendo una “mina tipo abanico casera” que pesaba 25 libras en un saco de nylón y sobre ella diez libras de café oro, luego acomodada en una cesta color rosado. Una segunda mina de la misma calidad y peso fue envuelta en papel periódico y luego acomodada en un maletín color negro.
Llegada las cuatro de la tarde María tomó la cesta y Manuel el maletín y se dispusieron ha caminar hasta la parda del autobús sobre la carretera que del Cerro Verde conduce a El Congo. Pasados unos minutos en la parada, María le dice a Manuel “nos vamos allí”, Manuel que estaba distraído en ese momento contestó que sí, mientras María repetía la palabra “nos vamos allí”, a lo que Manuel asentía nuevamente que sí, al mismo tiempo que veía que un camión de cabina café y varandales plateados, marca Dina se aproximada a la parda.
El camión se estaciona y María todavía veía a los ojos a Manuel con la esperanza de que Manuel manifestara un “no” a la pregunta de “nos vamos allí”. Manuel muy seguro, se alzó el maletín y se dirigió hacia el camión que esperaba ser abordado. Mientras que María que era una mujer joven, de piel blanca, ojos amarillos y cabellos rizado –toda una Diva- aún dudaba abordar el camión, pero en ese momento un Sargento del puesto de Chaneques de El Congo, se terció el fusil M-14 sobre sus hombros, se tiró del camión, caminó contento y con semblante de todo un sargento hacia donde estaba María, a quién con tono delicado y coqueto le dijo “permítame ayudarle”, el sargento tomó la cesta y arrugó la cara , mientras su piel se teñía de rojo por el esfuerzo de alzarse la cesta- pesaba unas cuarenta libras - , pero como estaba en presencia de una linda dama solo dijo “puta que pesa esto”, caminando hacia el camión, la bajó sobre la cama, se subió, hizo un nuevo impulso hasta llevar la cesta hasta el fondo de la cama del camión, sacudió sus manos, se compuso el cinturón, sacó el pecho y nuevamente trajo hacia sus manos su fúsil. Mientras tanto, Manuel reflexionaba “María ya había visto que en el camión se conducían los chaneques, por eso es que insistía que si nos veníamos en el camión”.
Pero las cartas estaban echadas el sargento ya había ayudado a María a subir la mina que llevaba en la cesta, ahora no había marcha atrás. Manuel se subió al camión y cuando el camión iniciaba marcha aquel maletín que pesaba 25 libras golpeó –por la inercia del arrancón- fuertemente con una varilla de yerro que se escuchó hasta el fondo donde iba el “Sargento servidor”, el sargento escucho el sonido sólido y pesado, pero una fuerza interna lo inhibía de actuar en defensa de su patria.
Mientras se desplazaba aquel camión, la fresca brisa que golpeaba los rostros de cada uno ayudaba a disimular el nerviosismo de María y Manuel y la duda fundada que llevaba clavada en su mente el Sargento servidor, al querer adivinar que era lo que podría pesar tanto en aquella cesta y que podría golpear tan fuerte y sólido en aquel maletín. Sólo la bondad del acto de caballerosidad que el sargento había hecho y la belleza de aquélla mujer, que aún hacia llegar a la nariz de aquel sargento el aroma de su fragancia le impedían rectificar y revisar que era realmente aquello que le bahía causado un dolor de espalda que pasados unos treinta minutos aún sentía.
Mientras tanto, María trataba de “no” ver a los ojos del sargento, para evitar ser abordada, y el sargento trataba de sentir orgullo y satisfacción por haber ayudado a una linda dama, mientras hacia un esfuerzo por creer que tal vez la carga, era solo eso: carga.
A la altura del puente de El Congo, María y Manuel tenían que bajarse, y efectivamente eso hicieron, pero antes el Sargento se ofreció nuevamente para ayudar ha alzar la cesta, que colocó en la cabeza de María. María controlando todo nerviosismo aceptaba el ofrecimiento de aquel sargento servidor, que influido por la belleza y fragancia de aquella mujer prefirió omitir una leve inspección –si solo hubiera palpado los hubiera descubierto- en la cesta y en el maletín de aquella mujer y aquel hombre.
Mientras la mujer bella y aquel hombre se desplazaban por la calle, tratando de recuperar y nivelar la palpitación de sus corazones-por el susto que habían pasado- comentaban que habían tenido suerte, al no haberse encontrado con un sargento más listo. Al mismo tiempo, veían cómo aquel sargento se retiraba aún a bordo de aquel camión traicionero, intentando aún ver la silueta de la mujer bella que lo había hecho perder todo control y todo cocimiento sobre intervención militar, para descubrir al enemigo.
“Aquel sargento prefirió tragarse la duda, a cambio de no estropear su acto de caballerosidad y a cambio de no poner en vergüenza y dañar el honor de aquella mujer que le parecía perfecta”.
jueves, 13 de noviembre de 2008
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