jueves, 27 de noviembre de 2008

Instinto de sobrevivencia

24/11/2008

En el Salvador, es la década de los ochenta, específicamente 28 de febrero de 1980, Juan es padre de cuatro hijos, en el ritual cotidiano manda a sus dos hijos que bordean la pubertad (Rafael y Manuel), a comprar un atado de dulce a la molienda de Don Simón. Juan, es un jornalero que empujado por la injusticia que observa a su alrededor, se ha metido a los organizaciones campesinas para buscar reivindicaciones sociales y por eso, a pasado a engrosar los listados de “subversivos”de los cuerpos de seguridad.

Han pasado unos minutos, desde que aquellos niños salieron a la molienda, cuando se acerca un campesino a la casa de Juan, que le informa sin detenerse que debe de huir, por que viene una columna de Guardias. Juan, piensa en los niños que han salido ha comprar, su corazón se acelera, su boca se reseca, su rostro parece pálido, un momento de confusión lo invade, observa a su mujer “María”, que diligentemente prepara una sopa de gallina en la hornilla que él mismo le ha preparado. En su mente se prefigura un futuro incierto con su familia, pues sabe que tiene que huir de lo contrario todos pueden morir.

Juan ordena a su mujer que abandone el oficio, que se prepare, porque hay que huir. Su mujer, que es cómplice de las actividad reivindicativas de su marido, sólo obedece y piensa también en sus dos hijos que aún no han regresado de hacer la compra. Corre a la cama, toma en sus brazos a su hija menor, que apenas tiene un años de nacida, toma unos trapos y ya está dispuesta par huir. El hijo mayor se encuentra con su abuela, por lo tanto está seguro.

Juan y María, quisieran poder volar para ir por sus hijos que andan haciendo la compra, traerlos y escapar de aquel lugar. Pero aferrándose a la impotencia deciden esperar impacientemente. Después de unos minutos, observan que sus dos hijos se aproximan a la casa, sus corazones toman un respiro. Su hijo Rafael sin terminar de llegar a la casa le informa al padre que una columna de soldados viene por la vereda que conduce hacia la casa. El padre, le dice que ya está enterado. Inmediatamente les informa que hay que huir. Juan sólo toma una cebadera (bolsón artesanal confeccionado con pitas de mescal)

Mientras inician la huida con mirada de tristeza y melancólica observan cómo, la sopa de gallina queda en hoya sobre la cocina, de donde un vapor color blanco escapa entre las aberturas de la tapadera y un olor intenso se desplaza con la complicidad de la invisibilidad llegando hasta los orificios de la nariz de cado uno de los integrantes de la familia. Con un sentimiento profundo se alejan concientes que aquel suculento banquete no será disfrutado por ellos, más solo será recordado de lo delicioso que pudo haber estado.

Mientras huyen, en un cruce de caminos, un soldado los descubre y les grita “alto”. Juan le ordena a la familia que no se detengan. El soldado al ver que no atiende su llamado dispara y las balas zumbas por los oídos de aquella familia.

El camino se acabó en el borde de un callejón. Pero el instinto de sobrevivencia se impone y aquel padre ordena a María que continué huyendo por aquel callejón con sus hijos, mientras el distrae a los perseguidores. María, por un instante opuso resistencia pero el marido insistió y María hizo caso. María corría con su hija de un año en sus brazos y sus dos hijos que a estas alturas corrían y corrían con sus rostros pálidos y sus corazones asustados, aún sin entender el motivo por el cual aquellos depredadores los perseguían.

Mientras María avanza, Juan (esposo) se cubre en un tronco de papaturro que se ubica a una corta distancia del callejón, espera el avance de los tiradores, saca de la cebadera una bomba molotov – eso le dijeron que era, compuesta por una botella de vidrio conteniendo gasolina, pero no le habían en enseñado a manejarla -. Pero él la saca, la observas, la agita y espera que los que lo persiguen se acerquen. De repente, escucha que alguien se aproxima, aumenta su atención, su corazón se acelera, su visión se empaña, trata de respirar, trata de controlarse; sabe que el enemigo se aproxima, por lo tanto puede haber un enfrentamiento cara a cara con la muerte.

De repente, frente a sus ojos aparece la silueta de un hombre- es un soldado- , que camina pausadamente, pero en guardia (atento y precavido) su fúsil apunta hacia el frente y su mirada gira al compás de su cabeza que rastrea los arbustos que se cruzan a su paso.

Juan, lo observa, siente la molotov en su mano derecha y espera que aquel sujeto se aproxime unos metros más. Lo deja pasar frente a él, y cuando le ha dado la espalda, como un tigre salvaje, Juan salta del tronco y se abalanza contra su perseguidor, pero un movimiento milagros alerta al soldado del ataque feroz de aquel asustado -pero valiente jornalero-, que observa cómo se aproxima a su humanidad con una cosa en la mano que le parece peligrosa, pero que no sabe de que se trata. El soldado, en su intento de defenderse retrocede y corre, pero mientras corre aquel artefacto que había visto en las manos de su ahora atacante, cae por sus pies –Juan había lanzado contra el soldado la molotov-, al verla caer, el soldado siente que su vida se acaba, pero trata de escapar al daño que le puede provocar aquel extraño artefacto (que al final no explotó), pero se resbala y cae en forma incontrolada en las arena de aquel callejón, su fúsil se suelta de las manos y cae a tres metros de distancia, oportunidad que es aprovechada por aquel jornalero que aún no ha desistido del ataque. El soldado al darse cuenta que su fúsil ahora se encuentra en las manos de su atacante, sale corriendo y se pierde por aquel comino por el cual había llegado.

Mientras que Juan, con la adrenalina en su máxima expresión, reacciona y se da cuanta que tiene un fusil en sus manos pero no sabe como utilizarlo, percibiendo que el soldado puede regresar con más refuerzos, corre como una liebre callejón abajo, pero paradójicamente el arma en esas circunstancias no constituía una seguridad para él, por lo que, ante los ojos y oídos silenciosos de los arbustos y las paredes de aquel callejón, abrió un hueco y lo escondió, para regresar posteriormente por él. Juan buscó a sus compañeros a quienes informó lo que había vivido; mientras que su familia llegó a un lugar previamente acordado con Juan. Pasados unos días se reencontraron. Cuentan que las personas que no lograron escapar al dedo señalador y al operativo fueron asesinadas.

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