miércoles, 20 de agosto de 2008

A CESAR LUCIL



Como el río que arrastra en su líquido vientre
los objetos ya viejos que pasaron de moda,
llevamos en la boca las palabras gastadas
cuando precisan verbos que destierren silencios.

Somos viejos pilares de la estética muerta
evocando fantasmas y nocturnas andanzas,
somos mares ya muertos sin oleajes ni peces
y seguimos vendiendo nuestra plaga de versos.

Pararrayos celestes nos llamó el gran Darío
y temblamos al trueno que viene de la vida,
ocultamos el rostro y cerramos los ojos
cuando llega el lamento de los surcos heridos.

Nuestra pluma reclama que la alcemos del lodo
impuro del silencio, el asfalto precisa
que dejemos la siembra de una nueva palabra
donde el hombre que sufre pueda encender antorchas.

Pobre César que vives en un mundo de rosas
a pesar que tu cuerpo lleva el sello del hambre,
desciende de la luna y su rostro sin vida
que la vida precisa que cantemos al hombre.

Hay millones de niños que sueñan con los panes
mientras llega la noche con sus frías espadas,
hay millones de seres soñando la esperanza
de que el semen sea vida y no un pobre fantasma.

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