jueves, 21 de agosto de 2008

LA ESQUINA DEL DERECHO

Es probable que no haya rincón del mundo donde algún abogado no
tenga en su despacho uno de esos recuadros que, desde el de San
Ivo, del siglo XIII, hasta el de Ossorio, del siglo XX, se vienen
redactando para expresar la dignidad de la abogacía.

Son esos textos, decálogos del deber, de la cortesía o de la alcurnia
de la profesión. Aspiran a decir en pocas palabras la jerarquía del
ministerio del abogado. Ordenan y confortan al mismo tiempo;
mantienen alerta la conciencia del deber; procuran ajustar la condición
humana del abogado, dentro de la misión casi divina de la defensa.
Pero la abogacía y las formas de su ejercicio son experiencias
históricas. Sus necesidades, aun sus ideales, cambian en la medida en
que pasa el tiempo y nuevos requerimientos se van haciendo
sucesivamente presentes ante el espíritu del hombre. De tanto en
tanto es menester, pues, reconsiderar los mandamientos para
ajustarlos a cada nueva realidad.

Hoy y aquí, en este tiempo y en este lugar del mundo, las exigencias
de la libertad humana y los requerimientos de la justicia social,
constituyen las notas dominantes de la abogacía, sin las cuales el
sentido docente de esta profesión puede considerarse frustrado. Pero
a su vez, la libertad y la justicia pertenecen a un orden general, dentro
del cual interfieren, chocan y luchan otros valores.

La abogacía es, por eso, al mismo tiempo, arte y política, ética y
acción.

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